Érase una vez un niño llamado Lucas. Tenía nueve años y se pasaba el día leyendo cuentos de aventuras y de fantasía. Era pelirrojo, no muy alto y con las manos muy pequeñas.
Un día Lucas empezó a leer un cuento llamado
"En busca del tesoro de Mankitú". Se pasó meses leyendo ese libro. No iba ni al colegio, y leía mientras comía. Después de haberse leído el libro dos o tres veces, Lucas estaba tan convencido de que el tesoro existía, que salió a buscarlo. Metió en la mochila comida, un cuaderno, un libro, la PSP y comenzó la búsqueda.
Para abrir el tesoro se necesitaba una clave mágica. Por el camino se iba a encontrar dragones, con los que tenía que luchar para que le dijeran un trozo de la adivinanza cuya respuesta era la clave; y sabios magos que le contarían un acertijo y si lo acertaba, le decían otro trozo de la adivinanza.
Según el libro, la historia comenzaba en París y tenía que llegar hasta Egipto. Pero debía de ir por un camino determinado. Lucas encontró el camino y comenzó a andar. Al segundo día encontró un dragón, era veinte veces más grande que él. El monstruo dijo:
- Supongo que irás a buscar el tesoro de Mankitú. ¿No es así?
- S… s… sí- Respondió Lucas tartamudeando.
- Pues conmigo te toca… ¡luchar!
Empezaron a combatir en medio de un prado sin hierba. El dragón intentaba pisar a Lucas y chamuscarle, mientras Lucas sólo hacía que esquivarlo. El chico de nueve años pensaba cómo se le podría ganar a una bestia tan grande, fuerte y malévola como ésa, y… ¡eureka! Como era tan pequeño se le subía a la espalda, le daba un golpe en la nuca y caía desplomado. Y así hizo. Cuando el dragón estaba a punto de morir le dijo un trozo de la adivinanza:
-
Primero andan a cuatro patas.
Lucas sacó su cuaderno y lo apuntó rápidamente. El pequeño siguió por el camino a buscar más dragones o magos.
El séptimo día por la noche encontró a un mago sentado en una piedra hablando con los animales. Lucas se acercó al sabio y le dijo:
- Perdone, estoy buscando el tesoro de Mankitú.
- ¡Ah!- contestó el mago- supongo que quieres que te diga el acertijo para saber otro trozo de la adivinanza.
- Sí, por favor.
- ¿Cuál es el armario que puede guardar más cosas?- dijo el sabio.
- Los de Ikea.- decía Lucas.
- No, y una pista, no se pueden guardar cosas materiales.
Lucas pensaba y pensaba, pero no se le ocurría respuesta. Se quedó unas semanas viviendo con el mago. Pasados unos días Lucas acabó pensando como un sabio y se le ocurrió la respuesta:
- ¡La mente!- gritó.
El mago al oír la respuesta se sorprendió y dijo:
- Bueno, veo que has acertado. Te diré la segunda parte de la adivinanza.
Después andan a dos patas. Lucas sacó su cuaderno y lo apuntó. Éste se fue siguiendo el camino.
El niño estaba agotadísimo, pero ya estaba llegando al final del viaje. Vio un dragón y fue corriendo hacia él.
El dragón dijo a Lucas que tenía que luchar para decirle la última parte de la adivinanza. Esta vez la bestia había dejado al niño una espada para poder defenderse. La batalla acabó rápido. Lucas cortó la cola al monstruo y éste se rindió. La criatura dijo:
- La tercera parte es:
Al final andan a tres patas. ¿Qué animales son?
Lucas sacó su libreta y lo apuntó. La adivinanza completa era: Primero andan a cuatro patas, después andan a dos y al final andan a tres. ¿Qué animales son?
Lucas llegó a la cueva en la que, según el libro, estaba el tesoro. Encontró el cofre. Había un micrófono para decir ahí la respuesta. El chico pensó como un sabio y encontró la solución.
-¡Las personas! Porque primero andan a gatas, después andan normal y cuando son mayores andan con cachava. Al decir esto el tesoro de Mankitú se abrió. Había valiosos pergaminos, monedas de oro…
Lucas volvió a casa y todos se emocionaron al verle. El chico estaba contento y feliz, y
casi todo se lo debía a los libros.