lunes, 7 de febrero de 2011

El país de luminandia

El 5 de marzo Juan y su familia se cambian de casa. Él no quería, pero cuando vio lo grande y bonita que era la nueva, cambió de opinión. Además, ese día su padre le entrega un collar con un amuleto que había pertenecido a su abuelo. Es muy valioso, con él lograrás cuanto te propongas, sólo tienes que desearlo con todas tus fuerzas, le dice poniéndoselo en el cuello. Juan lo toca con sus manos y dice, gracias papá, no me lo quitaré jamás.
Enseguida comienza a recorrer todas las habitaciones, la cocina, el salón, el ático, dejando para el final el sótano. Baja las escaleras y comprueba que es pequeño, oscuro y que está casi vacío, sólo hay un gran armario. Siente curiosidad y abre sus puertas, como ve que no hay nada dentro, las cierra y se marcha sin más.
Al día siguiente invita a su amigo Pedro a conocer la nueva casa. Después de verla por dentro, salen al jardín y deciden jugar al fútbol. Aunque se lo estaban pasando muy bien, después de un largo rato, acuerdan hacer un descanso. Enseguida ven cómo el balón empieza a rodar solo, hasta llegar al sótano, parándose justo al lado del armario. Juan, aunque está muy cansado, corre a buscarlo. Su sorpresa fue cuando al cogerlo, el armario empieza a brillar y se abren sus puertas invitándole a entrar. Sin dudarlo, entra y ¡Uf! siente que le ciega tanto brillo, que comienza a flotar y que algo mágico le está transportando a otro mundo.
Pasados unos minutos abre sus ojos y exclama ¡Qué es esto! No puede creer lo que ve. Está en un país donde todo es enorme, luminoso, los casas son castillos que brillan como el oro, los ríos parecen mares de plata y sus gentes son gigantes. Justo a su lado hay uno observándole, seguramente extrañado por su tamaño, al que Juan pregunta qué lugar es ese. El país de Luminandia y mi nombre es Giganmario, le contesta. El chico asustado quiere salir inmediatamente pero el gigante le dice que de allí no sale nadie si no lo autoriza el Giganrey. ¿Y dónde está ese rey? pregunta Juan. Sólo lo sabe el gigante Vesugo que vive en lo alto de cima y, para que te lo diga, tendrás que superar las tres pruebas establecidas: una de habilidad, otra de honradez y, por último, una de fuerza.
Juan al ver la montaña que tenía que subir tan alta calcula que tardará días en llegar, pero no pierde tiempo y se pone en camino. Al poco ve un caballo, también gigante y brillante claro, que le miraba de una forma especial. Le parece precioso y se imagina montado en él ¡Sería estupendo que me llevara hasta el Vesugo! Aprovechando que estaba tumbado, se sube a su lomo y comienza a acariciarlo suavemente y sin parar. De pronto, el caballo se levanta y comienza a caminar rumbo a la montaña. ¡Este caballo es sabio, sabe a donde tengo que ir!, te llamaré “Burgalés”, exclamó Juan muy contento.
Cuando estaban subiendo la montaña ve a lo lejos un castillo plateado y piensa ¡Qué bonito! ¡Cómo me gustaría verlo de cerca! Pero no, lo primero es lo primero, tenemos que ver cuanto antes a Vesugo. Ante su sorpresa, comprueba que Burgalés cambia de dirección, feliz exclama ¡Lo que digo, este caballo adivina mis pensamientos! ¡Es genial!
Al llegar al castillo ven en su puerta a un gigante viejecito muy triste y lloroso. Juan se acerca y le pregunta ¿Por qué llora? ¿Qué le pasa? El hombre contesta que ha sido maldecido por la bruja Giganmaruja, mi castillo antes era de oro y lo ha cambiado por plata. ¿Y por qué lo ha hecho? pregunta el niño. Me pidió oro para ayudar a personas con necesidades y no quise dárselo. Estoy muy arrepentido de mi egoísmo, pero ¿cómo llevar el oro a la bruja? Estoy muy mayor y mis piernas no resisten andar tanto.
Juan se queda pensativo, mira a Burgalés y observa que le guiña un ojo ¡Vale, es cuanto quería saber! A continuación pregunta ¿dónde vive la bruja? En la cueva que se encuentra un poco antes de la cima de la montaña, le responde. No llore más señor, le voy a ayudar, pero tiene que confiar en mí, yo se lo llevaré a la bruja, el palacio volverá a ser dorado y su conciencia quedará en paz. El viejecito muy contento le da gran cantidad de oro y se despide de ellos. Juan se sube al lomo del caballo, lo acaricia y ordena con cariño ¡Rápido amigo! ¡Tú puedes hacerlo!
Después de andar un largo camino llegaron a la cueva, hasta Burgalés estaba un poco cansado. La Bruja Giganmaruja le confirma que la maldición se debió a la avaricia y a la falta de generosidad del dueño del castillo. Estoy seguro que se ha arrepentido y, como prueba de ello, aquí está todo el oro que me ha dado, dice Juan. La bruja se pone muy contenta, era mucho más de lo que ella le había pedido. Con esto solucionaré los problemas de muchas familias necesitadas, además creo todo lo que me dices, así que, hoy mismo acabaré con la maldición del castillo, volverá a ser de oro y brillará más que antes.
Recuperados del cansancio, los dos amigos siguen hacia la cima de la montaña. Enseguida encuentran a Vesugo, un gigante más grande todavía que los demás. Se saludan y Juan le pregunta por las pruebas que tiene que superar para que el rey autorice el regreso a su país. ¡Has tenido suerte muchacho! le responde. Dos de las pruebas ya las tienes superadas. La de la habilidad, al conseguir que Burgalés, gracias a tus palabras y cariño, vuelva a sonreír y ser el gigancaballo más rápido y seguro de todo este país. La segunda, por ser tan honrado y generoso, no has dudado en entregar el oro que te ha dado el dueño del castillo para ayudar a personas que no tienen para comer, medicamentos, vestir, libros y otras cosas importantes. ¡Bien! grita Juan, ya sólo me falta la de la fuerza. Sí, tendrás que demostrarla haciendo una buena obra, le dice Vesugo.
Por más que piensa a Juan no se le ocurre nada y, a Burgalés parece no importarle su problema, no deja de mirar a una vaca que se ha metido en un barranco y no puede salir de allí. De pronto, grita: ¡Ya está! ¡Qué tonto! Se sube a Burgalés y le dice, con mi amuleto y tu ayuda lo conseguiré. Se acercan todo lo que pueden a la vaca, coloca el collar con el amuleto en sus cuernos y tira y tira de ellos con fuerza. Nada, ni se movía, hasta que pasado un ratito levanta una pata, luego otra, poco después el resto y sale del barranco. La felicidad de Juan es inmensa.
Vesugo que estaba observando con mucha atención la hazaña del chico no sale de su asombro y grita ¡Bravo! ¡Conseguiste tu prueba de fuerza! Vamos a ver al rey. Ya con el permiso para volver a su país, Juan se despide del gigante y se dispone hacerlo de Burgalés. Quiere que sea una despedida muy especial porque le ha cogido mucho cariño. Emocionado, se acerca al caballo, pero le entra un sueño que no puede vencer. Debe ser por la fuerza que he tenido que hacer para sacar a la vaca, se dice, y toca el amuleto que vuelve a estar en su cuello.
Cuando abre los ojos y ve a sus padres, se alegra mucho. Su madre le dice: Juan, despierta ya hijo, te has quedado dormido agotado de tanto jugar al fútbol, pero ya es hora de comer y tu amigo Pedro te espera. Juan se dice, si dormido...., cuando les cuente donde he estado y lo que me ha pasado ¡No se lo van a creer!

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