martes, 16 de marzo de 2010

La princesa fragante

Leyenda asiática:

El poderoso Quianlong, Hijo del Cielo, Emperador de China, esperaba en el salón del trono de la Ciudad Prohibida el regreso de sus generales, quienes le habían hecho llegar noticia de sus victorias y deseaban ofrecerle el valioso botín que habían conseguido.
Quianlong estaba acostumbrado a recibir cuantiosas fortunas: joyas, y sedas, mármoles labrados y maderas preciosas, excelentes caballos y mil otras riquezas, pero esta vez, además de todo eso, sus generales pusieron ante sus ojos una muchacha de tan extraordinario porte y belleza que el Emperador inmediatamente se enamoró de ella.
Quianlong preguntó el nombre de la joven y sus generales le dijeron que nunca habían conseguido que dijera ni una palabra y que la llamaban la Princesa Fragante porque la joven parecía estar envuelta en un perfume tan seductor que todo el que se acercaba quedaba hechizado.
Así pudo contarlo el Emperador cuando se aproximó a ella y ordenó que fuera con ese nombre con el que se la conociera desde ese momento.
Los días que siguieron fueron un tormento para el Emperador que había sentido un profundo amor por la princesa, le rogaba accediera a sus demandas y la joven movía la cabeza en un gesto constante de negación. NO. NO. Ella siempre decía NO y Quianlong no prestaba atención a nada que no fuera la consecución de su amor.
La madre del Emperador se enfureció. ¿Quién creía que era esa extranjera para rechazar al Hijo del Cielo? ¿Acaso pensaba que podía hacer tambalear el Imperio con sus desprecios?
Una noche que oyó cómo su hijo se lamentaba y lloraba a causa de la nueva negativa de la princesa, decidió que ya era suficiente y ordenó a sus eunucos que sacaran a la joven de su aposento y la ahorcaran en un árbol del jardín.
La orden se cumplió y al amanecer los gritos y llantos de los criados despertaron a Quianlong. Con un terrible presentimiento corrió al jardín solo para confirmar el horror que imaginaba. La Princesa Fragante yacía muerta sobre los cojines de seda donde la habían colocado las doncellas. Sólo su perfume continuaba vivísimo, dando testimonio de su paso por el mundo.
Dicen que la persistencia de ese perfume en Palacio acabó volviéndolo loco por su ausencia y dicen también que el Emperador nunca amó a ninguna otra mujer.

1 comentario:

  1. Hola Julita:

    pasaba por aquí para visitar tu blog y para dejarte un detalle para ti y para tus alumnos

    Un saludo

    Jesús

    http://creaconlaura.blogspot.com/2010/03/hoy-un-cuento-parabola-de-la-educacion.html

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