Había un pueblo muy lejano, en la Antártida, en el que no existían las nuevas tecnologías y todo el mundo era feliz.
En el pueblo había una anciana muy respetada por todos niños y mayores. Se entretenía contando cuentos a los niños en sus ratos libres. La señora se llamaba Caudia y era como todas las mujeres de su edad, pero se conservaba mucho mejor.
Llegaban las fechas de Navidad y un día les contó a los niños un cuento diferente a todos los que les contaba durante el año.
Comenzaba así: érase una vez en el Polo Norte un hombre de barba blanca, su mujer y sus dos hijas. Ese hombre era Santa Claus, su mujer señora Claus y sus dos hijas María y Lucía. Lucía era una niña muy curiosa y María muy prudente. Un día Lucía estaba mirando los libros de su padre y vio uno donde ponían las instrucciones para parar el tiempo. Se lo dijo a su hermana pero ésta se negó porque era muy peligroso. Sin querer, pulsó el botón y se paró el tiempo. Ana fue andando por el pueblo y se dio cuenta de la grave situación de la ciudad, también se dirigió a la fábrica de su padre y en su despacho vio a un hombre con un plano en la mano para tender una trampa a su padre y quitarle el puesto.
Aterrorizada fue a comentárselo a su papá, pulsó nuevamente el botón y le contó lo sucedido, quien muy pronto tomó medidas.
Expulsó a quien quería hacerle daño y subió el sueldo a los elfos.
Y después de este cuento todos los niños aprendieron a valorar lo que tienen.
Sara, me gusta tu cuento, sobre todo el final, lo de "aprendieron a valorar lo que tienen", ¡claro que sí!, porque hay niños en el otro lado del mundo que no tienen ordenadores ni comida y ellos no se quejan; en cambio, nosotros algunas veces nos quejamos de que no nos gusta la comida.
ResponderEliminar¿Te imaginas, Sara, lo bonito que tiene que ser oír a una anciana en la Antártida contar cuentos a los niños? ¡Me gustaría estar allí!
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