Cuando yo
tenía dos años veía a mis padres leer y yo también quería hacerlo. Por eso
cogía un libro y, con los dibujos, me imaginaba la historia y se la contaba a
mi madre.
Con cinco
años aprendí a leer y escribir, cogía un libro de cuentos y se lo leía a mis
padres para practicar, aunque el libro era pequeño y con letras mayúsculas y
grandes.
Cuando
estaba en primero de Primaria aprendí las minúsculas y por eso aprendí a leer
otros libros un poco más grandes y con otros contenidos.
Les
preguntaba a mis padres cómo conseguían leer tan rápido y mi padre me decía que
primero hay que aprender a leer correctamente y que la rapidez vendrá sola,
tanto en la lectura como en la escritura.
En segundo
perfeccioné mi lectura y ya en tercero leía con normalidad. ¡Mi sueño de leer
con la rapidez de mis padres se había cumplido!
En tercero
y cuarto, nuestro profesor, nos mandaba hacer cuentos de las lecciones de
“Cono” y luego se las pasábamos a nuestros compañeros para que las leyeran. Con
esta práctica desarrollé mucho mi imaginación. ¡Ya empecé a hacer una lectura
silenciosa!
Ahora, en
quinto, después de hacer la tarea, me siento en el sofá y me pongo a leer un
rato.
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