Hace mucho tiempo, en el año 1060, nació un niño en León, llamado Juan. Cuando tenía diez años, un día se le ocurrió leer el libro del Cid Campeador. Después de leerlo, le gustó tanto que deseó ser como él. Quiso llamarse Cid y ser como él.
Fue a la catedral de León e intento bautizarse como el Cid, pero no le dejaron. Así que decidió quedarse por la noche y bautizarse él sólo.
Cuando era de noche, entró en la catedral por la ventana, estaba todo oscuro, así que se llevó una vela. Primero fue para un lado y no encontró la pila bautismal, se fue a otro lado, tampoco; se fue para delante… ¡Vio un ratón hablándole! Se asustó tanto que se fue para atrás y se chocó con una columna, se dio tal golpe que se desmayó. Al despertarse se encontró en el suelo con un saco de hielo en la cabeza y al ratón cantándole una nana. Juan le preguntó…
-¿Qui-qui-qui…quién eres?
El ratón respondió:
-Soy un ratón solitario que vive en la iglesia.
Juan tartamudeando preguntaba:
¿Ha-ha-ha-hablas?
-Si soy un ratón que habla ¿Quieres ser mi amigo?
-Me gustaría mucho, pero tengo que bautizarme como Cid e irme de casa.
El ratón dijo:
-Yo te puedo conducir a la pila bautismal, pero a cambio tendrás que ser mi amigo.
-Vale, pero para ir tendrás que pasar muchos obstáculos, porque los curas la protegen muy bien.
-Pongámosla en marcha, y por cierto, ¡la catedral de León es preciosa!
Fueron hacia una puerta muy grande y el ratón pasó por debajo, pero Juan no cabía, así que tuvieron que ir por otra parte. Lo intentaron por muchas y la última estaba abierta. Ellos pasaron, pero se encontraron a otro ratón que no les dejaba pasar. Juan le quiso pisar, pero el ratón amenazó con llamar a un cura; ellos le suplicaron que no lo hiciera, pero, al final, lo hizo.
El cura le riñó muchísimo a Juan, le llevó a su casa y su madre le echó otra bronca y le castigó dos semanas sin ir al colegio.
Sin embargo, Juan siguió con esa idea en la cabeza.
Lo intentó otra vez, pero se encontró a un gato que hablaba y pasó lo mismo que con el ratón anterior. Esta vez le descubrió otro cura mucho más duro y estuvo media hora echándole la bronca. Así que el cura se quedó afónico…
El cura le llevó a su casa y su madre le castigó dos meses sin ver la tele y una semana sin jugar a la Nintendo y tres días sin jugar con su perro.
Al final Juan decidió quitarse esa idea de la cabeza.
Fue a la catedral de León e intento bautizarse como el Cid, pero no le dejaron. Así que decidió quedarse por la noche y bautizarse él sólo.
Cuando era de noche, entró en la catedral por la ventana, estaba todo oscuro, así que se llevó una vela. Primero fue para un lado y no encontró la pila bautismal, se fue a otro lado, tampoco; se fue para delante… ¡Vio un ratón hablándole! Se asustó tanto que se fue para atrás y se chocó con una columna, se dio tal golpe que se desmayó. Al despertarse se encontró en el suelo con un saco de hielo en la cabeza y al ratón cantándole una nana. Juan le preguntó…
-¿Qui-qui-qui…quién eres?
El ratón respondió:
-Soy un ratón solitario que vive en la iglesia.
Juan tartamudeando preguntaba:
¿Ha-ha-ha-hablas?
-Si soy un ratón que habla ¿Quieres ser mi amigo?
-Me gustaría mucho, pero tengo que bautizarme como Cid e irme de casa.
El ratón dijo:
-Yo te puedo conducir a la pila bautismal, pero a cambio tendrás que ser mi amigo.
-Vale, pero para ir tendrás que pasar muchos obstáculos, porque los curas la protegen muy bien.
-Pongámosla en marcha, y por cierto, ¡la catedral de León es preciosa!
Fueron hacia una puerta muy grande y el ratón pasó por debajo, pero Juan no cabía, así que tuvieron que ir por otra parte. Lo intentaron por muchas y la última estaba abierta. Ellos pasaron, pero se encontraron a otro ratón que no les dejaba pasar. Juan le quiso pisar, pero el ratón amenazó con llamar a un cura; ellos le suplicaron que no lo hiciera, pero, al final, lo hizo.
El cura le riñó muchísimo a Juan, le llevó a su casa y su madre le echó otra bronca y le castigó dos semanas sin ir al colegio.
Sin embargo, Juan siguió con esa idea en la cabeza.
Lo intentó otra vez, pero se encontró a un gato que hablaba y pasó lo mismo que con el ratón anterior. Esta vez le descubrió otro cura mucho más duro y estuvo media hora echándole la bronca. Así que el cura se quedó afónico…
El cura le llevó a su casa y su madre le castigó dos meses sin ver la tele y una semana sin jugar a la Nintendo y tres días sin jugar con su perro.
Al final Juan decidió quitarse esa idea de la cabeza.
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