
Cuando la profesora se ponía a explicar y a escribir en ella, ésta se ponía a cantar y a bailar, incluso borraba lo que la profesora había escrito y escribía lo que ella quería. Mi profesora Julita se enfadaba y mis compañeros y yo extrañados nos reíamos.
Era una gran faena ir a clase y no poder aprender porque a la pizarra no le daba la gana. Lo que ocurrió fue que a la semana siguiente, el lunes cuando entrábamos a clase a las 9:00 h en punto había ocurrido algo...
Había exclamaciones de unos compañeros a otros porque la pizarra ¡había desaparecido! Pero... ¿Dónde estaría? Quizá patinando, quizá saltando, quizá de compras con mil bolsas llenas de trapos, quizá en El Corte Inglés o aprendiendo francés... ¿Dónde estaría la pizarra?
Anacleta, una niña de mi clase, se puso a llorar, lloraba tan fuerte que subió hasta el Director que se llamaba Toribio y nos preguntó qué pasaba.
Nos inventamos que se había caído la pizarra y le dijimos que la estaban arreglando.
Al día siguiente nuestra querida pizarra apareció bailando sevillanas y tocando las castañuelas. Desde entonces, hemos hecho un trato con ella, de 9:00 a 13:00 h damos clase y de 13:00 a 14:00 h hacemos lo que la pizarra quiera y así estamos muy contentos.
Natalia, me ha gustado tu fantasía, aunque no me veo reflejada con el enfado... porque a mí me cuesta llegar a hacerlo.
ResponderEliminarLa historia tiene un toque de humor interesante.